El llamado de la madre
Un viaje hacia el reencuentro con nuestras raíces...
DOCUMENTAL
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¿Por qué el llamado de la madre?
Este proyecto documental nace del impulso vital por recuperar la memoria de una madre ausente y, con ella, el legado étnico y espiritual que fue silenciado por años. El llamado de la madre retrata el viaje de seis hermanos desde Medellín hasta el territorio Ancestral del Resguardo Indígena de San Lorenzo (Caldas), en búsqueda de sus raíces maternas y su identidad originaria embera chamí, desconocidas a causa del contexto religioso y cultural que marcó su infancia.
La obra se sustenta en una estructura narrativa íntima, orgánica y testimonial, construida a partir de conversaciones espontáneas, registros de archivo y recorridos territoriales profundamente simbólicos. Este enfoque metodológico ha permitido desarrollar una mirada situada, que recoge no solo la historia individual del autor, sino tejido la memoria familiar y colectiva de un territorio herido por la imposición colonial, aculturación, el olvido institucional y el desarraigo de lo propio.
Más que un homenaje a la madre, este documental propone un acto de siembra simbólica: una siembra de memoria y de futuro en tierra ancestral. La pieza se configura como un ejercicio de sanación familiar y política, donde la espiritualidad indígena, la relación con el territorio y el duelo no resuelto se entrelazan para crear un relato profundamente humano. En esta búsqueda, el cine se convierte en herramienta de reconexión, resistencia y reivindicación, apostando por una narrativa que transforma la pérdida en encuentro, y el silencio en palabra viva.




Los espacios que han sido raíz y camino
Este documental no es solo el resultado de una búsqueda personal, sino también el fruto de muchos espacios colectivos que me han acompañado, guiado y transformado en el proceso de recordar quién soy y de dónde vengo.
Cada uno de estos semilleros, colectivos y cabildos ha sido un territorio simbólico donde mi memoria comenzó a tejerse con otras, donde encontré palabra, fuerza, guía y amor por lo que somos como pueblos indígenas. Desde ellos he podido comprender que el viaje hacia el origen no se hace en soledad, sino en comunidad.
Aquí reconozco con gratitud a los espacios que han sembrado en mí el deseo profundo de contar esta historia, porque también han hecho parte de ella.
El Colectivo San Lorenseños Medellín es un espacio que florece lejos del resguardo, pero que tiene sus raíces firmemente ancladas en el territorio ancestral indígena de San Lorenzo. Está conformado por jóvenes indígenas estudiantes del territorio, que desde la ciudad tejen la palabra, el pensamiento y la acción para no perder el vínculo con su comunidad, sus saberes y su memoria colectiva.
Este espacio fue para mí una escuela viva. Allí comprendí que el territorio no es solo un lugar al que se vuelve, sino una forma de habitar el mundo, incluso desde la distancia. Allí pude reconocer la profundidad del amor por San Lorenzo, su historia de lucha, su riqueza espiritual, y los caminos comunitarios que se construyen desde la academia con sentido de pertenencia.
El Colectivo San Lorenseños Medellín ha sido parte esencial de mi proceso identitario. Desde allí, aprendí que aportar al territorio también puede hacerse desde la reflexión, la investigación y el trabajo colectivo. Arakiruma!


El Cabildo Indígena Universitario de Medellín – CIUM ha sido mucho más que un espacio organizativo o académico; ha sido un territorio simbólico donde mi identidad comenzó a tomar forma, donde las palabras que mi madre no pudo nombrar encontraron eco en otras voces, en otros rostros, en otros camino. Este espacio no solo me ofreció herramientas para entender mi historia, sino también la calidez de una comunidad que acoge, acompaña y transforma. En cada círculo de palabra, en cada minga, en cada marcha, fui encontrando fragmentos de mi memoria, tejiendo con otros y otras esa identidad que por años sentí dispersa.
Agradezco profundamente al CIUM, a cada mayor, compañera y compañero que ha hecho parte de este tejido. Gracias por caminar conmigo en este proceso de sanación y de siembra. Por enseñarme que ser indígena no es una categoría del pasado, sino una forma viva, política y espiritual de habitar el presente. Por ser parte de esta espiral que me ha traído de vuelta a mí mismo, a mi madre, a mi pueblo.




El Cabildo Indígena Chibcariwak de Medellín fue el primer umbral que crucé en busca de respuestas sobre mi origen. Fue allí donde, por primera vez, me atreví a preguntar: ¿de dónde vengo? ¿quién soy como indígena? ¿a qué pueblo pertenezco? En ese espacio sembré las primeras palabras de mi identidad, esas que estaban dormidas y que, al ser nombradas en colectivo, comenzaron a germinar.
El Cabildo Chibcariwak fue y sigue siendo un lugar fundamental para los pueblos indígenas que habitan la ciudad, un territorio político, espiritual y cultural que reúne a personas de diversos orígenes étnicos con un mismo propósito: resistir al olvido, fortalecer la memoria y mantener vivos los vínculos con el territorio y con la palabra mayor.




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